sábado, 3 de septiembre de 2011

La fuerza del destino


1
Eran las ocho y cuarto de la mañana cuando el sol con todo su esplendor complotaba con la alarma de tu radio-reloj para despertarse. Como todas las mañanas apagaste ese ruido molesto para tus oídos y escondiste tu rostro sobre la almohada dándole así la espalda al sol e interiormente suplicabas por cinco minutos más.

Pero esos cinco minutos siempre eran prohibidos por la llamada de tu madre, la cual conocía perfectamente tu amor por el dormir, recordándote que tu remis personal no tardaba en recogerte y ese día no era la excepción.

Volviste a girar sobre tu cama clavando tu mirada al techo lleno de pequeñas estrellas que tu padre se había tomado la molestia de de dibujar “para que siempre te sientas acompañada”, te había dicho el día que te sorprendió y no pudiste evitar sonreír al recordarlo pero bufaste cuando aquel recuerdo se borro al instante para recordar que tenías que ir a la clínica y te encontrabas en la obligación de levantarte.

Como era común en vos, mientras te colocabas tus pantuflas y cubrías tu cuerpo con una delicada bata, te dirigiste al baño entre miles de quejas, el levantarte temprano te ponía de mal humor, frente al espejo te preparaste el cepillo de dientes para luego sentarte en el inodoro y vaciar tu vejiga, si era algo muy raro pero solo vos sabías hacer ambas cosas al mismo tiempo y te justificabas con que así no perdías minutos valiosos.

Luego que terminaste de higienizarte volviste a tu habitación, te acercaste al pequeño ropero de madera blanca que tu abuelo carpintero de profesión se había tomado las molestias de regalarte, era el turno de la vestimenta: unos jeans desgastados en la zona de los muslos, una remera suelta tres cuartos y tus zapatillas estilo botitas que tanto amabas fue lo que seleccionaste.

Una vez que terminaste de cambiarte fuiste directo a la cocina en busca del único desayuno que el médico te había permitido y que vos habías hecho cara de asco al escucharlo, un vaso de leche bien fría y una manzana verde que te aportaba tus buenas vitaminas que tanto necesitabas.

Ese día habías despertado con ganas de desayunar perezosa en tu sofá-cama pero al llegar al centro de lo que era tu living-comedor notaste todo el desorden que había, el cual comenzaba con la mesa redonda que soles utilizar para almorzar o cenar y se encontraba cubierta por todas las secciones que trae el diario y vos raramente tenías la costumbre de separarlo de esa manera antes de leerlo, tu mirada siguió hacia el mueble que sostenía al equipo de música y a tu televisor, el cual estaba invadido por distintos CD que obviamente no habías colocado en su lugar correspondientemente, luego te llamo la atención la cantidad de ropa que cubría el sillón individual y que ni te habías tomado la molestias de guardar, lentamente te acercaste a la zona y notaste la mesa ratona de color ocre decorada por todos tus medicamentos, los cuales te habías olvidado de guardar en tu bolsa  por ultimo tu sofá-cama, era lo que mas zafaba de todo ese desorden ya que solo tenía una almohada y algunas frazadas de cuando tu mejor amigo se había quedado a dormir.

-No te invaden las ratas porque ellas mismas se asustan de este chiquero-siempre te decía Candela, tu mejor amiga, mitad en broma y mitad en reto.

La verdad tenías que reconocerlo, eras un total desastre pero no tenías tiempo ni ganas para ponerte a analizar ni mucho menos de ordenar las cosas al notar en el reloj que había sobre una pared que solo te faltaba diez minutos para que te pasaran a recoger, así que de un trago te terminaste la leche y una ultima mordida a la manzana y te dirigiste a la cocina, porque si tenías algo que no soportabas y era ver los platos y vasos sucios regados por cualquier lado, mucho menos podías ver la comida por cualquier lado.

De un tirón cayeron todos tus medicamentos dentro de tu bolso al igual que tus documentos, billetera, entre otras cosas que una mujer siempre tiene que tener encima, el abrigo obligatorio ya que por culpa de tu enfermedad te agarrabas un virus de nada, apagaste las luces cuando tu timbre sonó reportando la llegada del remis, cerraste con llave la puerta de tu casa y decidiste bajar por las escaleras ya que no tenías paciencia para esperar el ascensor.

-¡Buen días a la enfermas mas linda de todo el hospital!-la saludaste alegremente mientras le depositabas un beso sopapa en su mejilla izquierda-Haber, vamos a cambiar las lilas…

Lucy, la enfermera de piso y también amiga de tu mamá, sonreía enormemente al verte tan llena de vida, con tantas chispas y claro ella te había visto desde pequeña pasar por todas las operaciones, tratamientos y etapas que te habían tocado pasar, por lo cual te admiraba ya que jamás habías bajados los brazos y luchaste desde el momento cero. Se levanto de su escritorio para rodearlo y así darte el abrazo de cada día, sin duda te quería como una hija más.

-Sabes perfectamente que no tienes que traerme flores todos los días-te dijo mientras te acariciaba maternalmente tu cabello.

Te separaste de ella para regalarle una de tus enormes sonrisas y tomandola de las manos le respondiste…

-Y vos sabes que yo siempre te voy a traer flores-acariciaste una de sus manos con el dorso de una de las tuyas-Porque es la manera de agradecerte que siempre me hayas cuidado en todos los momentos.

Ya los ojos de ambas se habían nublado por las lagrimas y no pudieron evitar reír, todos los días vivían la misma situación, eran por de mas sensibles.

Luego de otro abrazo que le pediste con esa voz de pequeñita asustada, Lucy volvió a su escritorio para encargarse de sus tareas y vos tomando fuerzas te dirigiste a la zona donde se encontraban todos los chicos que sufrían lo mismo que vos, leucemia.

Era el primer día de un nuevo tratamiento, por ende te tocaba conocer un nuevo sector del hospital, aquel que era especializado para casos de enfermedades terminales y contaba con la mejor tecnología y profesionales del mundo.

Mientras caminabas en dirección al pabellón ibas pispeando cada rincón que tus ojos cruzaban y te imaginas todas las historias, familias llorando la perdida de alguien, personas enterándose de su enfermedad, chicos sufriendo por los rayos X o por la quimioterapia, parientes esperando noticias de los médicos, una clínica te puede dar motivo para crear miles de historias.

Pero cuando te encontraste de frente con la puerta de tu nuevo hogar, las historias desaparecieron y solo quedo la tuya, como siempre te hiciste la señal de la cruz y te mordiste los labios, luego de unos segundos entraste al lugar.

Paciente: Eliana Montijo.
Edad: 18
Enfermedad: Leucemia
Tratamiento: Radioterapia

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