1
Eran las
ocho y cuarto de la mañana cuando el sol con todo su esplendor complotaba con
la alarma de tu radio-reloj para despertarse. Como todas las mañanas apagaste
ese ruido molesto para tus oídos y escondiste tu rostro sobre la almohada
dándole así la espalda al sol e interiormente suplicabas por cinco minutos más.
Pero esos
cinco minutos siempre eran prohibidos por la llamada de tu madre, la cual
conocía perfectamente tu amor por el dormir, recordándote que tu remis personal
no tardaba en recogerte y ese día no era la excepción.
Volviste
a girar sobre tu cama clavando tu mirada al techo lleno de pequeñas estrellas
que tu padre se había tomado la molestia de de dibujar “para que siempre te
sientas acompañada”, te había dicho el día que te sorprendió y no pudiste
evitar sonreír al recordarlo pero bufaste cuando aquel recuerdo se borro al
instante para recordar que tenías que ir a la clínica y te encontrabas en la
obligación de levantarte.
Como era
común en vos, mientras te colocabas tus pantuflas y cubrías tu cuerpo con una
delicada bata, te dirigiste al baño entre miles de quejas, el levantarte temprano
te ponía de mal humor, frente al espejo te preparaste el cepillo de dientes
para luego sentarte en el inodoro y vaciar tu vejiga, si era algo muy raro pero
solo vos sabías hacer ambas cosas al mismo tiempo y te justificabas con que así
no perdías minutos valiosos.
Luego que
terminaste de higienizarte volviste a tu habitación, te acercaste al pequeño
ropero de madera blanca que tu abuelo carpintero de profesión se había tomado
las molestias de regalarte, era el turno de la vestimenta: unos jeans desgastados
en la zona de los muslos, una remera suelta tres cuartos y tus zapatillas
estilo botitas que tanto amabas fue lo que seleccionaste.
Una vez
que terminaste de cambiarte fuiste directo a la cocina en busca del único
desayuno que el médico te había permitido y que vos habías hecho cara de asco
al escucharlo, un vaso de leche bien fría y una manzana verde que te aportaba
tus buenas vitaminas que tanto necesitabas.
Ese día
habías despertado con ganas de desayunar perezosa en tu sofá-cama pero al llegar
al centro de lo que era tu living-comedor notaste todo el desorden que había,
el cual comenzaba con la mesa redonda que soles utilizar para almorzar o cenar
y se encontraba cubierta por todas las secciones que trae el diario y vos
raramente tenías la costumbre de separarlo de esa manera antes de leerlo, tu
mirada siguió hacia el mueble que sostenía al equipo de música y a tu
televisor, el cual estaba invadido por distintos CD que obviamente no habías
colocado en su lugar correspondientemente, luego te llamo la atención la
cantidad de ropa que cubría el sillón individual y que ni te habías tomado la
molestias de guardar, lentamente te acercaste a la zona y notaste la mesa
ratona de color ocre decorada por todos tus medicamentos, los cuales te habías
olvidado de guardar en tu bolsa por
ultimo tu sofá-cama, era lo que mas zafaba de todo ese desorden ya que solo
tenía una almohada y algunas frazadas de cuando tu mejor amigo se había quedado
a dormir.
-No te
invaden las ratas porque ellas mismas se asustan de este chiquero-siempre te
decía Candela, tu mejor amiga, mitad en broma y mitad en reto.
La verdad
tenías que reconocerlo, eras un total desastre pero no tenías tiempo ni ganas
para ponerte a analizar ni mucho menos de ordenar las cosas al notar en el reloj
que había sobre una pared que solo te faltaba diez minutos para que te pasaran
a recoger, así que de un trago te terminaste la leche y una ultima mordida a la
manzana y te dirigiste a la cocina, porque si tenías algo que no soportabas y
era ver los platos y vasos sucios regados por cualquier lado, mucho menos
podías ver la comida por cualquier lado.
De un
tirón cayeron todos tus medicamentos dentro de tu bolso al igual que tus
documentos, billetera, entre otras cosas que una mujer siempre tiene que tener
encima, el abrigo obligatorio ya que por culpa de tu enfermedad te agarrabas un
virus de nada, apagaste las luces cuando tu timbre sonó reportando la llegada
del remis, cerraste con llave la puerta de tu casa y decidiste bajar por las
escaleras ya que no tenías paciencia para esperar el ascensor.
-¡Buen
días a la enfermas mas linda de todo el hospital!-la saludaste alegremente
mientras le depositabas un beso sopapa en su mejilla izquierda-Haber, vamos a
cambiar las lilas…
Lucy, la
enfermera de piso y también amiga de tu mamá, sonreía enormemente al verte tan
llena de vida, con tantas chispas y claro ella te había visto desde pequeña
pasar por todas las operaciones, tratamientos y etapas que te habían tocado
pasar, por lo cual te admiraba ya que jamás habías bajados los brazos y
luchaste desde el momento cero. Se levanto de su escritorio para rodearlo y así
darte el abrazo de cada día, sin duda te quería como una hija más.
-Sabes
perfectamente que no tienes que traerme flores todos los días-te dijo mientras
te acariciaba maternalmente tu cabello.
Te
separaste de ella para regalarle una de tus enormes sonrisas y tomandola de las
manos le respondiste…
-Y vos
sabes que yo siempre te voy a traer flores-acariciaste una de sus manos con el
dorso de una de las tuyas-Porque es la manera de agradecerte que siempre me
hayas cuidado en todos los momentos.
Ya los
ojos de ambas se habían nublado por las lagrimas y no pudieron evitar reír,
todos los días vivían la misma situación, eran por de mas sensibles.
Luego de
otro abrazo que le pediste con esa voz de pequeñita asustada, Lucy volvió a su
escritorio para encargarse de sus tareas y vos tomando fuerzas te dirigiste a
la zona donde se encontraban todos los chicos que sufrían lo mismo que vos,
leucemia.
Era el
primer día de un nuevo tratamiento, por ende te tocaba conocer un nuevo sector
del hospital, aquel que era especializado para casos de enfermedades terminales
y contaba con la mejor tecnología y profesionales del mundo.
Mientras
caminabas en dirección al pabellón ibas pispeando cada rincón que tus ojos
cruzaban y te imaginas todas las historias, familias llorando la perdida de
alguien, personas enterándose de su enfermedad, chicos sufriendo por los rayos
X o por la quimioterapia, parientes esperando noticias de los médicos, una
clínica te puede dar motivo para crear miles de historias.
Pero
cuando te encontraste de frente con la puerta de tu nuevo hogar, las historias
desaparecieron y solo quedo la tuya, como siempre te hiciste la señal de la
cruz y te mordiste los labios, luego de unos segundos entraste al lugar.
Paciente:
Eliana Montijo.
Edad: 18
Enfermedad:
Leucemia
Tratamiento:
Radioterapia
No hay comentarios:
Publicar un comentario